Silvia, búlgara, 19 años, se había casado por amor: una tarde estaba tomando un café en un bar de Sofía cuando un muchacho fuerte y de buen ver se sentó a su lado. Hablaron. Quedaron para otro día y el día siguiente. Al cabo de unos meses, él le propuso casarse, y ella aceptó. El chico iba y venía a España, donde aparentemente regentaba un bar. Silvia hubiera preferido vivir en Sofía, cerca de sus padres, pero se quedó embarazada y no tuvo más remedio que seguir a su marido.
Al llegar a Madrid, el marido le dijo que no existía ningún bar, que a partir de ahora trabajaría en la Casa de Campo. Silvia, asustada, lloró, gritó, ¡jamás trabajaría de puta! "Estamos esperando un hijo", imploró. El hijo lo perdió aquella misma noche de una tremenda paliza, y al cabo de unos días ya estaba en la Casa de Campo junto a otras dos chicas que también "pertenecían" a su marido.
Y fue en la Casa de Campo donde una madrugada del mes de diciembre, exactamente el día 17, un coche se acercó hasta Silvia; pero esta vez, el hombre que la llamaba desde el fondo del asiento acolchado en piel, la ventanilla bajada, en vez de solicitar el precio de sus servicios se limitó a mirarla:Silvia recuerda muy bien la fecha: era un 17 de diciembre a las cinco de la madrugada. Ella iba prácticamente desnuda, con unas bragas minúsculas, sujetador y un abrigo que apenas la cubría. Recuerda la fecha porque hacía un frío helado y a la sensación de desamparo y miedo que la acompañaba a todas horas desde que llegó a España había que sumar aquel día una tristeza indefinida debida a la proximidad de las fiestas navideñas.
–Hay que ver las ganas que tienes de estar aquí –dijo, la sonrisa altiva, el deje irónico.
"Hay que ver las ganas que tienes de estar aquí." A Silvia se le ha quedado grabada la frase.
Cuando habla de los meses pasados en la Casa de Campo, de las palizas de su marido-chulo, los "servicios completos" y las "mamadas" interminables con tipos demasiado borrachos o demasiado nerviosos para abreviar el suplicio, los golpes y los moratones en las piernas mientras la montaban, el olor, olor nauseabundo, a cuerpos ajenos, lo que más recuerda es la visita de aquel hombre y su comentario:
–Hay que ver las ganas que tienes de estar aquí.
"¿Es un tonto? ¿O se hacía el tonto?", pregunta. Se pregunta, solloza, se desespera, Silvia.
¿Somos tontos? ¿Nos hacemos el tonto? ¿Acaso no está pasando delante de nuestras narices?
(per llegir el reportatge complet visiteu www.magazinedigital.com)
3 comentaris:
Senzillament és cec, com la majoria de tots nosaltres, que mirem molt però no hi veiem.
Se'm posen els pèls de punta... buff.
He llegit tot el reportatge i, com diuen per aquí, posa els pèls de punta. Però lamentablement s'estan fent pocs esforços per erradicar la esclavitut. Per començar legalment la prostitució no existeix, no està reconeguda ni regulada tot i que la policia tanca alguns prostíbuls de tant en tant (de cara la galeria?). Després allò de que és l'ofici més antic del món crec que es perpetuarà amb el temps i crec que serà dificil desvincular la prostitució de la esclavització mentre sigui un negoci pels mafiosos amb contactes als països pobres. I també s'ha de tenir en compte la hipocresia de la societat: està mal vist 'anar de putes' però es mira cap a un altre costat o es justifica el seu treball dient que tenen una funció per la societat: canalitzar violadors o homes que pel que sigui no tindrien accés al sexe per una altra via, etc.
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