dimecres, de setembre 19

LA VELLESA, CRIM I CÀSTIG?

Juan José Millás, un autor que em va captivar en la meva adolescència amb la seva novel•la policíaca “Papel mojado”, va publicar al mes de maig un article al diari el País que dóna molt de què pensar.

Últimament estic especialment sensibilitzada amb els problemes socials i m’enutja no poder fer res per pal•liar-los. Pensareu: “nena, d’opcions n’hi ha una pila, que no has sentit a parlar mai d’ONGs i de partits polítics?”. Però reconec que en la covardia resideix el meu gran mal. De discursos en puc elaborar tants com vulgueu, però prendre acció... ai, senyor... això és una altra cosa. Em fa por. Por al fracàs? Por a perdre? Però a perdre què?

Fa temps que penso que, si jo formo part de la societat i en ella jugo un paper prou privilegiat (estudio una carrera que m’agrada i tinc uns pares que em poden mantenir), per què no donar part de mi mateixa a aquells que acceptarien de bon grat la meva mà? Potser és egoista perquè, en el fons, el que necessito és fer callar la meva ment persistent i inquieta. Sentir-me útil.

I és que l’article de Millás m’ha tocat especialment la fibra sensible. Parla d’avis, i jo l’any passat en vaig perdre tres i encara tinc la ferida ben oberta. És quelcom que em costa de superar. Temps al temps, suposo. Però la cosa arriba al punt de passejar pel carrer i veure una persona gran per despertar-se’m un incontrolable sentiment de gelosia. Sí, perquè aquests avis viuen i els meus no, perquè els seus néts poden gaudir d’ells i jo no. D'acord, en els meus moments de lucidesa veig que ser gran, massa sovint, no és més que una maledicció social... No tothom té família, sers estimats que els visiten sovint i que els trobaran a faltar en el moment que ja no hi siguin. I també hi ha la qüestió econòmica, molts d’ells sobreviuen amb escassos recursos. Però fem ulls clucs a aquesta realitat... Tràgic!

Aquí va l’article que us he comentat...


CRIMEN I CASTIGO

Los viejos no aprenden, mira si no lo que tardan en morirse pese a las putadas que les hacemos. En España tenemos más de siete millones con edades superiores a los 65 años y los hay que sobrepasan los 80 y los 90. Me lo dijo un día el endocrino:
- Mira, Juanjo, vamos a vivir 90 años, y no te hagas ilusiones porque no te van a dejar morirte antes.
Salí de la consulta hecho polvo. De un lado, porque no sabía cómo dar la mala noticia en casa; de otro, porque ese horizonte me colocaba frente a la obligación moral de escribir una obra maestra. O de intentarlo. No dije nada a mis hijos, ni a mi mujer, para evitarles preocupaciones, y esa misma noche me puse a escribir Guerra y Paz, pero creo que no me salió.
Durante los días siguientes, como la embarazada que sólo ve embarazadas, yo no veía más que ancianos por la calle. Y era verdad, vivían mucho los condenados. Observé a uno que estuvo cuatro horas dando vueltas a la manzana, conmigo detrás, sin morirse, pero también sin consumir, maldita sea. No compró ni el periódico, aunque leyó las primeras páginas de todas las cabeceras y de todas las revistas (incluidas las pornográficas) en el quiosco de la esquina. Me pregunté por qué no consumía y escuché la voz de una estadística según la cual uno de cada cuatro ancianos tiene problemas para llegar a fin de mes. Si no podía llegar a fin de mes, dirán algunos, tampoco debería poder llegar a la calle. Y así es: hay muchos que no llegan a la calle porque viven en un cuarto piso sin ascensor o en un bajo, pero sin silla de ruedas. Algunas ancianas de 89 años tienen que cuidar a su marido, de 90, aquejados de demencia senil, o de parálisis, y así sucesivamente.
Quiere decirse que hay una grieta absurda entre la muerte civil y la biológica. Se ha conseguido retrasar la segunda, sí, pero qué pasa con la primera. Empieza a fallar antes la tarjeta de crédito que la próstata y eso no es. Vale que es un éxito de la medicina el hecho de que se alcancen los noventa, pero es un fracaso de la economía que llegues pobre como una rata. Que los economistas y los biólogos se pongan de acuerdo para evitar el espectáculo de los ancianos que mueren solos en su piso. Entre enero y abril del pasado año, fallecieron 33 en tales circunstancias. Se podría escribir una antología de relatos de terror (quizá una obra maestra, tomo nota), pues hay casos para todos los gustos. El más llamativo es el de la señora que fallece frente a la tele encendida y está cuatro meses muerta sin cambiar de canal, hasta que el administrador llama a su puerta. Pero hay casos para todos los gustos (y para todos los disgustos).

(…)

2 comentaris:

Txaro ha dit...

Gràcies per la teva transparència, Sara.

ReGiNa ha dit...

Ja és trist, ja!